
Nuestro concepto de amor es subjetivo y cambiante. Se va formando con base en los aprendizajes sociales y familiares, sumado a nuestra experiencia de vida. Por lo tanto, existen tantas definiciones de amor como individuos.
Donde parece haber mayor consenso es al reconocer a las personas a las que más amamos. Generalmente, el primer lugar lo ocupan los hijos, seguido de las parejas sentimentales y los padres.
Mostramos, también, coincidencias al identificar nuestras manifestaciones amorosas, es decir, lo que hacemos por quien amamos: dedicar tiempo, escuchar y comprender, aceptar sin juicios, respetar, acompañar, felicitar, ayudar, nutrir, cuidar, demostrar cariño física y verbalmente, identificar sus necesidades, darle descanso y placer, divertirse junt@s y proveer un espacio de confianza, principalmente.
Las formas en las que demostramos nuestro amor suelen coincidir con las maneras en las que nosotros mismos nos sentimos amados. Aquí es donde la situación se complica
¿Todo eso que hacemos por quien amamos, lo hacemos por nosotros mismos?
En otras palabras, ¿sabes amarte? La verdad es que no. No estamos acostumbrados a pertenecer a la lista de las personas a las que más amamos, mucho menos, a ocupar el primer lugar. ¿Por qué? ¿No es deseable… o incluso, necesario?
Del sacrificio a la dependencia
Socialmente se nos enseña a hacer cosas por el otro, a darle prioridad dejándonos de lado. Culturalmente (y en el caso de las mujeres con mayor fuerza), se promueve la abnegación y el sacrificio “en nombre del amor”, sin darnos cuenta de que estamos construyendo trampas y cadenas.
¿Qué pasa si vivo mi vida pensando en ti, tratando de “hacerte feliz”, resolviendo tus necesidades a través del sacrificio personal? ¡Claro! Lo que espero es, nada más y nada menos, que tú me correspondas, estableciendo así relaciones en las que la regla implícita es “yo veo por ti y tú por mí”, es decir, “me pongo en tus manos”.
Siguiendo esta fórmula, nos creemos la idea de que ver por uno mismo es egoísmo, ingratitud y hasta crueldad. Sin saber reconocer nuestras necesidades, esperamos que otro las satisfaga, reproduciendo así, de manera inconsciente, relaciones codependientes. Nos tornamos hambrientos de amor, atención y reconocimiento. Seres que no sabemos, y hasta creemos que no debemos, autoproveernos. La responsabilidad queda desterrada igual que la libertad del otro a quien encadenamos a nuestras carencias.
Hace falta fuerza, una buena cantidad consciencia y rebeldía para entender que existen otras formas de relacionarnos.
Del egoísmo a la libertad
El cambio se logra aprendiendo a satisfacer nuestras necesidades emocionales. ¿Cómo? No siempre es fácil verlo o llevarlo a cabo, pero la respuesta está justo enfrente: haciendo lo mismo que hacemos por el otro, pero esta vez, hacerlo por nosotros mismos. AMÁNDONOS, dedicándonos todos esos cuidados, ese tiempo, esa capacidad de comprensión y escucha, esos mimos y placeres de la vida.
Si me amo, nunca más mendigaré amor. No significa que no disfrutemos recibirlo o que no nos haga sentir especiales, se trata simplemente de satisfacernos de modo que podamos disfrutar más libremente cuando nos alcance el amor de otro.
Porque, ¿qué será más libre: relacionarme contigo desde mis carencias o desde el deseo de compartir contigo?
Requerimos un cambio de paradigmas a favor de la responsabilidad y madurez. No es egoísta quien piensa en sí mismo y ve por sus necesidades. No es egoísta quien decide amarse y reconocer que es la persona más importante en su vida. Egoísta, quien busca desesperadamente encadenar a otro para depositarle sus carencias.
Amor a uno mismo
El verdadero amor es ese que se gesta entre dos personas completas, plenas, que saben amarse a sí mismas y resolver su vida. Cuando lo logremos, nos relacionaremos con individuos maduros y responsables. No necesitaremos de alguien para resolver nuestras necesidades ni nos responsabilizaremos de las de otros. Sólo así podemos construir relaciones de verdadera libertad.
La próxima vez que pienses en regalos de amor, empieza por comprar flores para ti.
Tatiana Yedid Lastra
Febrero, 2017