El precio de ser diferente

think different

 

When we lose the right to be different, we lose the privilege to be free.

– Charles Evans Hughes

 

Soy, pero no del todo. Me interesa, pero no me identifico totalmente. Aprendo sin convertirme…esta es la historia de mi vida, quien me conoce lo sabe.

Desde pequeña crecí con la sensación difusa de que no pertenecía del todo a mi familia. Había algo que me distinguía. De algún modo cuando todos estaban de acuerdo, yo no. Percibía las cosas de manera diferente. Me llegué a sentir tan distinta que la ilusión de ser adoptada giraba constantemente en mi cabeza. Era la que sembraba la duda, la que incomodaba con otras perspectivas, la que nunca estaba de acuerdo, la que después de las quejas y los cuestionamientos sólo le quedaba hacer huelga…y a esa edad, sólo había dos posibilidades: huelga de hambre o de silencio. Evidentemente nunca duraban más de algunas horas (¡pobres de mis padres!).

Pasé por el colegio (el mismo desde kínder hasta preparatoria), la universidad, más escuelas y varios trabajos. Me adaptaba sin dificultad, aprendía, conocía, pero persistió esa sensación de ser discrepante (desconozco si muchas personas la experimentan, pero algunos de mis pacientes sí lo han expresado).

Como todo, vivir así ha tenido su lado positivo y su contraparte. Hoy, con más palabras para nombrar, con más distancia para reconocer y con más años de vida, entiendo que tengo un asunto con la homogeneización, con la normatividad que no reconoce diferencias; en otras palabras, la pertenencia a grupos no es lo mío. Por supuesto que formo parte, -a medias, quiero pensar-, de muchos, como todos nosotros que vivimos en sociedad: tengo una familia de origen y una formada en pareja, formo parte de varias escuelas, convivo con diferentes grupos sociales, pertenezco a un gremio y a un género, etc. En cada caso, encuentro cosas en común con las personas del grupo, pero también otras tantas muy diferentes, que me colocan con un pie dentro y otro fuera, me llevan a ser “ni de aquí ni de allá”, valga la expresión.

Es difícil ser diferente (soy complicada, nunca lo he negado). Para comenzar, las personas que nos sentimos diferentes cuestionamos. Nos preguntamos todo e inquietamos a otros con las mismas preguntas. Tenemos muchas dudas y pocas respuestas. Las respuestas comunes suelen no sernos suficientes, nos queda una batería de incógnitas personales por resolver. Solemos carecer de referencias en la vida, no contamos con muchos modelos a seguir ni héroes que admirar. Las alternativas más socorridas no son las nuestras, y nos vemos en la necesidad de inventar las propias. Vivimos codo a codo con la incertidumbre, la duda, el miedo a equivocarnos y la inseguridad que acecha tras lo desconocido.

Sin embargo, hoy más que nunca, pienso que son más y mejores las ventajas de ser diferente. Ese estado me ha impulsado a diferenciarme, a admitir que soy distinta y a buscar mis propias respuestas y caminos únicos, en resumen, a descubrirme a mí misma. Me ha permitido preguntar hasta el cansancio y obtener montones de respuestas, a partir de las cuales he construido las mías. Me ha provocado esta necesidad casi compulsiva de aprender, me ha empujado a cambiar y evolucionar.

En conclusión, sentirme diferente me ha llevado a sacrificar respaldo para permitirme unicidad, a perder seguridad para ganar autonomía. Para mí, ha sido el camino de la autenticidad, la responsabilidad y la libertad. Lo que en tantas ocasiones ha sido motivo de dolor e inseguridad, lo he capitalizado como uno de los rasgos de personalidad que más me ha permitido crecer. Hoy valoro y recreo grupos donde lo diverso y auténtico es amado. Son los espacios a los que pertenecen las hermosas y singulares personas con las que comparto la vida.

Y tú ¿te atreves a vivir diferente?

Tatiana Yedid Lastra

Enero, 2018