Así es, no ponga esa cara. Domestico fieras que muy pocos se atreven a encarar. Todos los días entreno y me enfrento a bestias salvajes: mis miedos.
Se necesita temple y fuerza de espíritu. Observar al animal directo a los ojos y escuchar cada uno de sus ruidos hasta comprenderlos: aprender de ellos. Se requiere convicción para iniciar las órdenes y controlar cuando el animal puede reconocer tu autoridad. Finalmente, paciencia hasta conseguir obediencia.
De a poco he aprendido a provocar a las bestias; lo suficiente para que se muevan y sólo lo indispensable para que no ataquen. El conocimiento íntimo de ellas, y la tensión en mi cuerpo me guían, me avisan hasta donde avanzar, cuándo dar descanso y cuándo protegerme.
Amanso animales salvajes, instintivos, obscuros. Confronto el peligro sin caer en la tentación de minimizarlo, midiendo riesgos; sabiendo que el peligro se encuentra frente y dentro de mí.
¿Por qué lo hago? Simple. Me devuelve grande, poderosa, dueña de mi misma. Absoluta. Trasciendo lo cotidiano y me desbordo de vida.
Mi misión es someter a cada una de estas fieras, amansarlas hasta estar tan cerca que pueda abrazarlas. Amarlas hasta volvernos uno.